Foto: elindependiente.com
De primero
se moviliza el sistema inmunitario innato, cuyos representantes mayoritarios
son los macrófagos, que desarrollan el mismo tipo de respuesta independientemente
del agente infeccioso, si no es suficiente para acabar con el patógeno, se
moviliza el sistema inmunitario adaptativo o adquirido, mucho más sofisticado y
dependiente del tipo de bacteria o virus.
Los protagonistas de la respuesta inmunitaria adaptativa son los linfocitos, capaces de generar anticuerpos y memoria inmunológica. Una vez que una persona ha pasado una infección, en su cuerpo quedan aproximadamente 100 linfocitos de memoria, que rondarán en la sangre y órganos, desarrollando inmediatamente una respuesta inmune específica si la persona vuelve a ser atacada por el mismo patógeno.
A medio
camino entre la inmunidad innata y la adquirida se encuentran dos tipos de
células inmunes: las gammadelta (γδ) y las Natural Killer o NK, en los seres
humanos existe una preponderancia del sistema inmune innato en niños (que aún
no han desarrollado la inmunidad adaptativa) y ancianos (en los cuales esta se
va “extinguiendo”).
En este aspecto, una vacuna desarrollada contra una proteína concreta de un virus debería generar una respuesta inmune más robusta en jóvenes y adultos, mientras que una vacuna contra el virus completo podría ser más efectiva en niños y ancianos.
Sin
embargo, una vacuna, para que sea eficaz por un tiempo prolongado, debe
desarrollar en el organismo una respuesta adaptativa, mayoritariamente la generada
en adultos, no ancianos, por eso, el abanico de vacunas que estará disponible
en el futuro podrá abarcar distintos grados de eficacia y permitirá conseguir
una inmunidad de grupo suficiente para minimizar la transmisión y proteger a
los más vulnerables.