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Finn Gnadt
es un estudiante de 18 años de Kiel, Alemania, que en abril supo, por una
prueba, que sufría una infección del nuevo coronavirus. Sin embargo, pocos días
más tarde comenzó a sentir un cansancio inusual y una sed constante, su médico,
Tim Hollstein, determinó lo que parecía improbable para alguien joven y sano:
tenía diabetes de tipo 1.
Dado que lo único anómalo en su historia reciente había sido el SARS-CoV-2, el médico consideró que la aparición repentina de la diabetes podía estar vinculada a la infección.
A comienzos
de junio se habían acumulado varios casos de personas que habían llegado a los
hospitales con una combinación extraña de síntomas de COVID-19 y elevados
niveles de azúcar y cuerpos cetónicos en sangre, señales típicas de diabetes.
“Existe una relación bidireccional entre el COVID-19 y la diabetes. Por un lado, la diabetes se asocia con un mayor riesgo de COVID-19 grave”.
“Por otra
parte, en pacientes infectados se han observado tanto la aparición de diabetes
como varias complicaciones metabólicas graves en diabetes preexistentes, entre
ellas la cetoacidosis diabética y la hiperosmolaridad, que requieran dosis
excepcionalmente altas de insulina”.