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Han pasado
más de 7 meses desde que se confirmaron en el mundo los primeros casos de infección
por coronavirus y desde que se publicó, por científicos chinos, su
secuenciación genética.
Se trata de un virus nuevo, para el que no hay inmunidad previa en la población, que se transmite por gotículas y contacto y cuya enfermedad tiene un período de unos días en el que el afectado puede estar presintomático o sintomático, pero siempre con capacidad de transmisión, y en la que también hay asintomáticos que contagian.
La
tecnología puntera y colaboración científica internacional permitieron conocer la
identidad del virus enseguida, los primeros casos de sida se describieron en
1980 pero se tardaron años en descubrir cuál era el agente causante, el VIH.
Ahora, solo en cuestión de días se averiguó que detrás de los primeros casos de
COVID-19 en Wuhan estaba el coronavirus SARS-CoV-2.
Esto también sirvió para conocer cómo entra en nuestras células, usando la proteína Spike que se une a otra humana denominada ACE2 y sirviéndose además para ello de unas proteasas celulares. Hay científicos que defienden que ya hay pruebas suficientes de la transmisión aérea (aerosoles) y otros que señalan que la detección del virus en aerosoles no significa que este mecanismo sea el principal responsable de la propagación de la infección.
Sigue sin
saberse qué cantidad de virus es necesaria para una infección, pero sí que
siempre es peor en sitios cerrados, con mucha gente, con personas en contacto
cercano y durante largo tiempo. En particular, la infección por aerosoles las
gotas más pequeñas, de menos de 5 micras no ha estado exenta de polémica y
sigue generando debate científico.