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A
principios de enero de 2020 apareció un nuevo coronavirus con una serie de
síntomas los cuales incluye fiebre, tos, dolor muscular y de cabeza y, en
algunos casos, pérdida de gusto, olfato y cuadros respiratorios graves, esta
característica le valió la denominación de SARS-CoV-2. No es la primera vez que
miembros de esta familia generan problemas respiratorios: ya ocurrió con el
SARS-CoV en 2003 y con el MERS-CoV en 2012.
Incluso se han descrito pacientes positivos con el virus sin síntomas respiratorios, pero con problemas de otro tipo, algunos son la apoplejía, alteraciones en la circulación periférica, trombos, hipoxia menos cantidad de oxígeno en sangreno acompañada de dificultad al respirar, desorientaciones, delirios y una rara patología inflamatoria como es el síndrome multisistémico pediátrico, caracterizado por fiebre, dolor abdominal, sarpullidos y ritmos cardíacos acelerados, descrito en pacientes jóvenes.
Sin
embargo, los problemas no respiratorios más comunes son los relacionados con el
aparato digestivo, pérdida de apetito, náusea y diarrea.
Hasta el momento se han encontrado dos tipos de receptores en nuestro cuerpo que, aunque cumplen otras funciones, pueden ser empleados por el SARS-CoV-2 para infectarnos.
El primero
de ellos es el ACE2, que es también el receptor usado por el SARS-CoV del año
2003, este receptor precisa de otra proteína para realizar su función: una
proteasa (una proteína que rompe proteínas), la TMPRSS-2. Esta a su vez,
procesa a otra proteína que protruye de la superficie del virus (la proteína
Spike o S) y que le otorga la apariencia de estrella o corona que le da nombre.