Hasta ahora
se ha investigado en profundidad sobre las secuelas físicas del coronavirus,
del impacto de este virus letal en nuestro organismo y las transformaciones
orgánicas que producen en nuestro interior, el daño irreparable en el engranaje
de las entrañas. Pero su huella no tiene límites y el rostro también se ha
convertido en una víctima colateral del coronavirus.
Así lo han demostrado dos investigadoras segovianas que han analizado la mutación de los rasgos de quienes se han visto cara a cara con la enfermedad.
“El objeto
del estudio ha sido demostrar que las situación de estrés postraumático vivido
por los profesionales del ámbito sanitario afecta a la morfología facial,
transformándolo en un rostro con características menos emocionales, más
retraídas y más angulosas”.
“De igual modo, han observado un hundimiento en los pómulos y el hueso se hace más visible lo que denota que se han vuelto más introvertidos y directos en su comunicación, algo que también se ve reflejado en la forma más recta del rostro al disminuir las zonas redondeadas”.
“Asimismo,
el estrés al que han sido sometidos los sanitarios ha dejado una marca
imborrable: Este aspecto se detecta en los ojos, concretamente en el derecho
que se encuentra un poco más cerrado que el izquierdo”, apunta Hernández.