“Tanto el que lo ha pasado como el que solamente se ha
vacunado tienen anticuerpos, pero el que se ha vacunado solo tiene anticuerpos
contra una proteína concreta”, explica Vicente Soriano, médico
especialista en enfermedades infecciosas, exasesor de la Organización Mundial
de la Salud y profesor de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).
Se refiere a la proteína S, denominada así por formar la espícula (‘spike’, en inglés), una envoltura en forma de aguja que propicia la infección por SARS-CoV-2. Todas las vacunas contra el COVID-19 que se comercializan actualmente actúan contra la proteína S, por ser la parte del virus con mayor capacidad para activar el sistema inmunitario.
Para valorar si es más efectiva la inmunidad natural o la
adquirida, Mercedes Jiménez, investigadora en el Centro de Investigaciones
Biológicas Margarita Salas del CSIC, llama a fijarse en los precedentes:
“Hasta ahora, lo que se ha comprobado con vacunas para otras enfermedades es que la inmunidad adquirida por vacunas es más potente, porque genera un nivel más alto de anticuerpos y células T (inmunidad humoral y celular), en general, que si se pasa la enfermedad. Además, se evita sufrir las enfermedades e incluso erradicarlas”.
En cuanto a la duración de los anticuerpos, el coordinador
del Comité Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría (CAV-AEP),
Francisco Álvarez, se muestra prudente: “Aún no hay certezas porque la
vacuna aún es muy joven. En la enfermedad, hay un estudio que estima que las
defensas permanecen ocho meses, al menos. En las vacunas, hasta cuatro meses,
pero no ha dado tiempo aún a valorar más tiempo”.